Chile está dando fuertes señales de cambio frente al cambio climático y sus consecuencias. Este año 2019 seremos los anfitriones de la COP25, órgano supremo de la convención en la que se revisará el avance de la implementación del acuerdo firmado en la convención marco de Naciones Unidas en respuesta al cambio climático a la que Chile se adhirió en 1994. Y ¿por qué en Chile?, pues si bien no somos grandes contribuyentes a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), sí estamos dentro de los 10 países más vulnerables al cambio climático según el reporte de índice global de riesgo climático del 2017. Por este motivo cobra relevancia demostrar a las naciones participantes, la importancia de preservar la belleza natural de Chile y lo comprometidos que estamos como sociedad para lograr ser un país carbono neutral.
En Yara, la Compañía de Nutrición de Cultivos para el Futuro, buscamos día a día, en más de 160 países, exponer la magnitud que tiene el impacto del cambio climático sobre la agricultura. No solo complica la disponibilidad del agua sino que también aumenta la probabilidad de plagas y enfermedades afectando severamente la productividad. Por ello, debemos ser más eficientes en todos los tipos de sistemas productivos. De esto se desprenden los grandes desafíos de la agricultura en Chile (y en la mayoría de los países), cómo ser más productivos y más eficientes en el uso de recursos naturales generando el menor impacto posible al medio ambiente y, lo más importante, sin dejar de ser un negocio rentable. Hay una respuesta clara: con una fertilización balanceada.
La nutrición vegetal ha estado orientada durante muchos años solo a suplir requerimientos de Nitrógeno, Fósforo y Potasio en base a commodities de procedencia, solubilidad y calidad variable, sin poner atención en las fuentes de las que provienen los elementos y su eficiencia.
El uso de urea, por ejemplo, además de no ser una fuente inmediata de nitrógeno para la planta, provoca acidificación en el suelo, lo que conlleva a hacer aplicaciones de cal de manera sistemática para revertir el proceso (incrementando costos en el sistema productivo), además de someter a las raíces a reiterados momentos de estrés, con una baja eficiencia y con altas emisiones de GEI. Dependiendo de la forma de aplicación, el Nitrógeno de la urea se volatiliza hasta en un 50% en forma de amoniaco (GEI), un gas altamente dañino para el medioambiente.
Por otro lado, el nitrógeno de la urea, cuando se utiliza en mezclas físicas, compite con los iones de Potasio en la absorción por parte de la planta dificultando una adecuada nutrición. Las mezclas físicas de N, P y K también son de baja eficiencia, se produce segregación tanto en el saco como la tolva de la máquina sembradora o trompo y, en consecuencia, conlleva a una nutrición desbalanceada (principalmente por las diferentes densidades de sus componentes). Una mezcla física no permite uniformidad en el campo ni una buena distribución de macro elementos en el cultivo; de esta manera, no se alcanza el potencial en productividad de la planta.
Entonces, ¿cómo podemos ser eficientes con la aplicación de fertilizantes? La principal preocupación del agricultor es que su inversión en fertilización sea eficiente y rentable ya que puede representar hasta el 50% de sus gastos de producción dependiendo del cultivo.
En Yara apostamos por ofrecer a los productores soluciones equilibradas que considerando los componentes del suelo se ajustan a los requerimientos y necesidades de cada cultivo. Esto es fundamental para lograr la sostenibilidad de los suelos. Para lograr un campo productivo, saludable y rentable, la aplicación de productos complejos químicos “mono grano” y fuentes nutricionales eficientes será la clave.
Panamericana Sur km.62,9
Casilla 30.
San Francisco de Mostazal
Sexta Región, Chile
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