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Un secreto bien guardado

Hace 22 años, Andrea Lagos y su marido armaron sus maletas y migraron de la ciudad al campo. Así comenzó una historia familiar entre las parras y cubas de la viña Valle Secreto, un proyecto vitivinícola de las familias Puntí Lagos  y Berndt Cramer, cuyo sello se lo da una tierra desconocida que logró abrirse desde la región de O’Higgins al mundo.

Por: Florencia Polanco.
Fideliza Comunicaciones. 

A fines de los años noventa, Andrea Lagos y su marido Antonio Puntí decidieron hacer un cambio radical: dejar atrás la ajetreada vida de la capital, donde ambos se conocieron cuando eran estudiantes, para echar raíces en la VI Región.

Era 1998, estaban casados hace poco, y llegaron a un desconocido valle ubicado en Malloa, a 7 kilómetros en dirección a la cordillera desde Pelequén. Fue en ese sigiloso lugar donde decidieron sembrar un proyecto vitivinícola familiar que hoy transciende las fronteras.

Pese a ser un sector poco explotado y poblado en ese entonces, inmediatamente se dieron cuenta de su enorme potencial. Los paisajes, el terroir, la temperatura, eran la combinación perfecta para echarle mano a la tierra y comenzar a plantar.

Y así lo hicieron, literalmente: ella misma estuvo a cargo de dirigir la plantación del primer cuartel de la actual viña boutique Valle Secreto, enfocada en la producción de vinos de alta gama. “Cuando llegamos a la zona plantamos nosotros, trabajando la tierra. Así que, si quedó algo chueco, es responsabilidad mía”, cuenta riendo y recordando esos primeros años, donde hizo de todo. Hoy su rol está principalmente enfocado en la producción de imagen y eventos de la viña.

Esta historia que se remota a más de 2 décadas atrás, partió como un proyecto pequeño llamado Cantagua, de tan solo 17 hectáreas. Poco a poco fue creciendo, hasta consolidarse en 2007 con la creación de una sociedad entre las familias Puntí Lagos y Berndt Cramer, quienes la bautizaron como Valle Secreto. “Le pusimos así porque era un valle  muy poco conocido y de  muy poco desarrollo. Después llegaron otras familias a plantar distintos cultivos y fue creciendo”, cuenta Andrea.

Hoy la viña produce 4 líneas de vinos en su propia bodega, todos de calidad reserva o gran reserva, y exporta a 22 países, entre ellos, China, Alemania y Estados Unidos.

Uno de los hitos que recuerdan con mucho orgullo, precisamente, es la construcción de su bodega. En los inicios del proyecto, y como lo hacen muchos viñateros, vinificaban en otra bodega. Antonio Puntí conocía muy bien el rubro. Estudió en Estados Unidos, trabajó en viñas, y formó su propio negocio de corretaje y venta de vinos a granel. “Pero el sueño de toda persona que mueve vino es tener su bodega y su propio vino”, comenta Andrea. Y lo concretaron con la ayuda del papá de ella, Jaime Lagos, también cercano al campo y de formación ingeniero, lo que sería clave.

En la producción de vinos de alta gama, el proceso desde el campo a la botella es determinante para que las uvas conserven todas sus características. Por lo mismo, apostaron por construir una bodega cuyo diseño permitiera procesar la uva sin que se dañe. “Mi papá, como buen ingeniero, estudió el tema, le metió mucha cabeza y generó un diseño único”, cuenta Andrea.

El viaje de la uva dentro de esta innovadora bodega se divide en distintas etapas. Primero llegan los canastos con la uva, estos suben y pasan por una máquina que les saca el escobajo, quedando solo los granos. Luego pasan a una mesa de selección en donde se sacan las hojas que pueden haber quedado, y se van a una cinta transportadora, parecida a un brazo largo, que tiene la particularidad de girar en 180°. “De esta manera, los enólogos Alejandra Vallejo y Felipe Loyola definen a qué cuba se destina la uva, y estas caen dentro de ellas sin tener que pasar por una bomba, que es el método más tradicional, y que generalmente las daña”, explica. 

Otra innovación que incorporaron, y que se utiliza mucho en otros países, es la fermentación del vino en huevos de concreto. Estos recipientes los fabrica un artesano con cemento y piedras, pero estos tienen la particularidad de que las piedras que se ocuparon son de la misma viña, para que el vino conserve la mineralidad del valle. “Esta tierra es muy generosa y característica, y eso es lo que se ha querido rescatar en cada botella”, dice Andrea.

Como sello de una viña familiar, decidieron enfocar el negocio en una producción más boutique, pero que se destacara por su calidad. Por ejemplo, cuentan que hay un período del año en que incluso botan uvas de la parra, para que la cepa potencie todas sus características. “Buscamos ser súper minuciosos y exigentes, desde la plantación, el riego, el deshoje, la guarda, para que la calidad sea espectacular”, agrega.

Ahora bien, como todo emprendimiento agrícola, también han tenido que sortear varios alambres de púa. “En el mundo vitivinícola se ve mucho glamour, pero en realidad es súper duro”, admite Andrea. Dice que en estos años lo más difícil ha sido abrirse un espacio en un mercado tan competitivo, sobre todo afuera. “Somos un país chico y lejano. China tiene a Austria más cerca, los estadounidenses compran su propio vino. Entonces, lo más difícil es que tu vino logre llegar a destino”, explica.

Sin embargo, con mucho esfuerzo y dedicación familiar, han logrado sobrevivir en un mercado competitivo y seguir creciendo. Si en sus primeros años tenían una producción de 5 mil cajas, esos números han ido aumentando y hoy producen 25 mil cajas. Eso sí, reconoce que un desafío importante que tienen por delante, al igual que la mayoría de los productores de la zona, es la falta de agua. “Pero siendo eficientes en su uso y buscando soluciones, el Valle Secreto seguirá siendo muy generoso”, dice.

Aporte a la comunidad

También es parte de esta historia familiar la restauración y recuperación de una capilla que data del 1.800, construida en plena época colonial. Cuando ellos llegaron al valle, la encontraron en muy malas condiciones y cerrada a la comunidad por lo mismo. Así que le propusieron al entonces párroco de Pelequén restaurarla y volver a abrir sus puertas. Tuvieron mucha suerte, porque el proyecto de recuperación terminó justo antes del terremoto del 2010, lo que permitió que siguiera en pie, rodeada de viñedos, y no en el suelo convertida en ruinas.

Esta capilla, que sigue perteneciendo a la diósesis de Rancagua y ahora está abierta a la comunidad, es uno de los principales atractivos turísticos de la viña, que además fue la primera en incorporar un sistema de tour virtual para que los visitantes la recorran autónomamente con su celular. “Queremos mucho este Valle Secreto. Partimos gracias a la ayuda de quienes vivían aquí desde siempre, y estamos muy agradecidos de esta tierra”, dice Andrea.

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