Hace 10 años, el ingeniero agrónomo especializado en enología creó junto a su señora “InsTinto Wines”, un emprendimiento de vinos “garaje” que rescatan la identidad de distintos valles de Chile. Antes que los golpeara la pandemia, llegaron a exportar a Rusia, Brasil, Alemania y Perú. “Es un orgullo ver tu vino etiquetado como chileno en otro país”, dice.
El ingeniero agrónomo Felipe Riveros, de 45 años, creció en un ambiente culinario. Su mamá es profesora de cocina, su papá tiene una tienda de artículos gastronómicos en Santiago y él también tiene sus dotes de chef. Esas raíces lo llevaron a especializarse en enología mientras cursaba Agronomía en la Universidad Católica.
“Hacer un vino es igual que cocinar. Haces mezclas y vas probando hasta que das en el clavo. Además, en todas las mesas de Chile hay una botella de vino”, dice el asesor y fundador de InsTinto Wines, un emprendimiento familiar de vinos de “garaje” que creó en 2012 con su señora, la abogada Francisca Middleton.
Tal como lo define el concepto, se trata de producir vinos en pequeñas cantidades o a “escala humana”, en espacios reducidos como un taller o un garaje en vez de una bodega, pero cuidando cada parte y detalle del proceso, igual como se cocina un plato gourmet.
Ambos, Felipe y Francisca, participan de cada una de las etapas, desde la elección de la uva en distintos valles, hasta la elaboración del vino, el embalaje y la venta. En esta última etapa también participan sus hijos, de 5 y 8 años, quienes a futuro serán los “herederos” de la biblioteca de vinos que están formando con botellas especialmente seleccionadas de cada una de sus producciones boutique.
“Siempre quisimos hacer un vino a nuestra medida, que nos identificara, sin la necesidad de seguir tendencias comerciales”, cuentan en su sitio web www.instintowines.cl. También se los puede seguir en su cuenta de Instagram @instinto.wines.
Todas las etiquetas de sus vinos son numeradas y están escritas a mano. “Lo que hacemos es rescatar las raíces de cómo se hacía el vino antiguamente, pero de manera correcta, usando las tecnologías que existen hoy”, explica Riveros, quien trabajó por siete años en la Viña Anakena en Requínoa, su principal escuela. Hoy divide su tiempo entre asesorías a distintos viñedos y el proyecto “InsTinto”.
El nombre del emprendimiento, admite, significó varias noches en vela. Pero valieron la pena. Lo que buscan es transmitir, a través de este juego de palabras, un “rescate honesto” de las características y terroir de cada uno de los valles de Chile. Hoy cuenta con cuatro variedades de vino, tres tintos y un blanco: Tintorero, InsTinto del Maipo, InsTinto del Maule y Alvino.
Su producción a “escala humana” a oscilado entre las 4 mil y las 10 mil botellas. Antes de la pandemia, que como a todos los emprendedores les pegó fuerte, exportaban a Rusia, Brasil, Perú y Alemania, una etapa que no han logrado retomar, pero que los enorgulleció.
“Chile exporta muchos productos a distintas partes del mundo, pero el vino es de los pocos cuya procedencia es claramente identificada. Es un orgullo ver tu vino etiquetado como chileno en otro país”, dice el ingeniero agrónomo. Con mucho esfuerzo lograron llegar al mercado extranjero, uniéndose al Movimiento de Viñateros Independientes (Movi), participando en distintas ferias y también postulando a proyectos Corfo.
-¿Cómo ha sido emprender en un mundo tan competitivo como el del vino?
-“Cualquier tipo de emprendimiento es difícil. Porque puedes tener muchas ideas, pero primero cuesta llevarlas a cabo, y segundo que te resulten. Hay un espacio de ensayo y error que es importante, que requiere tiempo y cabeza. En el caso del agro, además, siempre hay que pensar a largo plazo. No es como importar productos chinos y venderlos en una tienda. Esto requiere paciencia, pero por otro lado es trabajar con un producto que tiene vida”.
-¿A qué te refieres?
-“El vino es el único licor que tiene vida. Primero es joven, después madura, se pone viejo y muere. Eso tiene un significado emocional también”.
-¿Qué ha sido lo más difícil en estos 10 años de emprendimiento?
-“Siempre lo más difícil es vender. Hacer el vino no es lo complejo, sino la venta. Nosotros tenemos un nicho que se divide entre tiendas especializadas y el boca a boca, pero abrir mercado siempre requiere esfuerzo. Sobre todo, porque hay infinidad de marcas y tienes que lograr diferenciarte, que prueben tu vino y lo quieran repetir. Al principio es común ir a restaurantes, pero el problema con eso es que en Chile no existe la carrera de garzón. Aquí es visto como un trabajo de paso, entonces duran poco tiempo y para que vendan el vino hay que capacitarlos constantemente”.
-¿Qué consejo le darías a alguien que quisiera emprender en el mundo del vino?
“Que le ponga ganas y que tenga muy claro que el negocio del vino es a largo plazo. No es para hacerse millonario, pero si lo haces bien funciona y es entretenido. Otra ventaja es que no necesitas tanto capital inicial y tiene una gracia única y es que puedes ir probando con uvas de distintos lugares y valles. Es la diferencia con una bodega, que todos los años, si quieres, puedes hacer un vino diferente. Al final es hacer algo que te llena el alma”.
-¿Cómo se proyectan en los próximos años?
“Por el momento, estamos vendiendo lo que tenemos. Solemos vender entre 4 mil y 5 mil botellas al año. No hemos hecho nuevo vino, pero en 2024 esperamos retomarlo. Una ventaja de hacer estos vinos es que están por sobre el promedio, entonces haces y vendes menos cantidad, pero con mayor margen. Un vino de bodega se vende a $30 dólares una caja de 12 botellas aproximadamente, y nosotros la vendemos a $90 dólares hacia arriba”.
-¿Y como asesor te ha aportado tener tu propio vino?
“Sin duda. Es mi carta de presentación. Yo no le muestro a nadie un montón de excel con posibles resultados. Le abro una botella y le digo, este puede ser el resultado. Eso es algo que me motiva mucho, el poder combinar ambas cosas, el proyecto y con mi trabajo de asesor”.
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