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José Bahamondes González, a sus 91 años, es considerado el guardián de la tradición agrícola gracias a su dedicación al cultivo y preservación del famoso tomate limachino.

Este tomate se hizo famoso en todo el país por su intenso y nostálgico sabor, único y dulce, así como por su color rojo carmesí y su aroma distintivo y duradero. Este fruto, de gran tamaño, presenta una forma de gajos muy característica y posee una cáscara fina y suave. De hecho, se le considera uno de los mejores tomates de Chile.

Desde los 10 años, José Bahamondes ha trabajado la tierra y ha dedicado su vida a la conservación de este tomate, una variedad que ha protegido con esmero. En reconocimiento a su invaluable aporte a la agricultura y la tradición campesina, fue nombrado entre los 100 Líderes Mayores 2024 por la Fundación Conecta Mayor y la Universidad Católica. En esta entrevista, repasa su historia de esfuerzo y resiliencia, el valor de la agricultura y su preocupación por el futuro del campo.
“El tomate me lo dio todo”, dice.


Una vida forjada en la tierra


Don José, ¿cómo comenzó su vínculo con la agricultura?
—Desde niño trabajé en el campo. Me crié entre caballos y sembrados. La vida no fue fácil, me quedé sin mamá a los ocho años. Pasamos hambre y momentos duros, pero nunca me rendí. Aprendí a trabajar la tierra con un tío en San Pedro y desde entonces supe que ese sería mi camino. Empecé con cultivos variados, pero con el tiempo me especialicé en el tomate.

¿Cómo llegó a convertirse en un referente del tomate limachino?
—Por necesidad y por amor a la tierra. Cuando salí del servicio militar, un agricultor italiano en Limache me ofreció plantar tomates a medias. No tenía herramientas ni dinero, solo mis manos, pero él puso la tierra y yo el trabajo. Me fue bien, con lo que gané compré mi cama, mi ropa, y nunca más solté el tomate.

¿Cómo era la agricultura en sus comienzos?
—Todo se hacía a mano, con bueyes y arado. La tierra se trabajaba con paciencia y conocimiento. Se respetaban los tiempos de la siembra y la cosecha. No había fertilizantes químicos como ahora, todo era natural. La gente tenía más conexión con la tierra, y eso se notaba en los cultivos.

Usted ha preservado semillas antiguas, ¿cómo lo ha logrado?
—Antes sacábamos nuestras propias semillas, pero hoy todo es comprado. Yo conservé semillas tradicionales del tomate limachino porque su sabor no tiene comparación. Para asegurarme de que se mantuvieran, cada año seleccionaba las mejores y las guardaba. Así, generación tras generación, la semilla se mantiene pura.

¿Cómo se diferencia el tomate limachino de otras variedades?
—El sabor es único, tiene una dulzura especial. Además, su piel es más firme y su color es intenso. Es un tomate que crece con la tierra de aquí, con el clima de Limache. No es lo mismo que los tomates industriales, que muchas veces no tienen sabor.

¿Cómo ve la agricultura hoy en día?
—Ha cambiado mucho. Antes, la gente trabajaba con cariño, ahora cuesta encontrar a alguien que quiera ensuciarse las manos con la tierra. Todo lo quieren rápido y fácil, y no es así. El campo necesita paciencia y dedicación. Si seguimos por este camino, ¿quién va a cultivar la tierra en el futuro?

¿Qué rol juegan las nuevas tecnologías en la agricultura?
—Se usan, pero no pueden reemplazar el conocimiento tradicional. La maquinaria ayuda, pero si no se sabe cómo trabajar la tierra, no sirve de nada. Ahora se usa mucha química y eso no es bueno para el suelo ni para la gente. Hay que encontrar un equilibrio entre lo nuevo y lo antiguo.

¿Alguien en su familia seguirá con su legado?
—Mis hijos y nietos saben del campo, pero no todos lo trabajan. Uno de mis hijos, que es marino jubilado, me ayuda a sembrar. Pero no es como antes. La juventud ya no quiere trabajar la tierra. Prefieren una oficina a un surco.

¿Por qué cree que los jóvenes no se interesan en la agricultura?
—Porque es un trabajo duro y no ven un futuro claro en él. Se les enseña que el éxito está en las ciudades, en los estudios, en los trabajos de oficina. Pero la tierra siempre da. Si se trabaja bien, se puede vivir bien del campo.

¿Qué consejo les daría a las nuevas generaciones?
—Que no le tengan miedo al trabajo agrícola. La tierra da todo si se le cuida. El tomate me lo dio todo: casa, familia, estabilidad. Bueno, también me tocó buena señora. Pero hay que esforzarse. Si uno trabaja con amor y dedicación, siempre habrá recompensa.

¿Cómo se siente al ser considerado un guardián del tomate limachino?
—Uno nunca piensa en esas cosas cuando está trabajando. Uno trabaja con amor y con devoción. Y sabe que si le pone más empeño, a la final le caen sus billetes, su plata. Pero cuando veo que la gente valora lo que hago, me da orgullo.

Después de tantos años, ¿qué significa para usted el campo?
—Es todo. Me dio mi sustento, me dio mi familia, me enseñó a ser fuerte. Sin el campo, no sé qué habría sido de mí.

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