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Es una flor en expansión, que requiere altos costos de entrada y que tiene un mercado de exportación cada vez más exigente. Aún así, se la identifica como una opción promesa que avanza entre oportunidades, riesgos y el aprendizaje colectivo de sus productores.

Con unas 200 hectáreas plantadas, principalmente en las regiones del Maule, La Araucanía, Los Lagos y O’Higgins, la peonía ya es la flor de mayor superficie cultivada en Chile y encabeza cómodamente el portafolio exportador de flores. Solo entre 2020 y 2024, según datos del Servicio Nacional de Aduanas, los envíos acumularon cerca de US $47,8 millones, muy por sobre otras especies, como ranúnculos o tulipanes.

Aunque detrás de las cifras y del creciente interés internacional (también nacional, pero bastante más pausado), se despliega un mercado joven, exigente y todavía lleno de zonas grises para los productores que apuestan por él.

En Estados Unidos —el destino más importante—, y en Europa, la flor chilena ya es reconocida por su calidad y por una ventaja natural: la ventana de producción. El ciclo de la peonía en Chile (que se concentra entre octubre y noviembre y dura unas tres semanas) coincide con el cierre de la temporada de floración en el hemisferio norte. Esa contraestación es la principal fortaleza, ya que las flores chilenas llegan cuando su oferta local se agota.

Más recientemente, Brasil —que este año recibió los primeros envíos nacionales— completan el mapa de destinos que hoy sostienen el ánimo de los agricultores chilenos. Aun así, abrir nuevos mercados, como India o China, sigue siendo un anhelo y desafío mayor, pues la logística aérea es limitada, los espacios de frío escasean en el aeropuerto y la peonía no resiste improvisaciones.

Un cultivo que no perdona errores

Juan Emilio y Pedro Rieutord, primos y productores de Granero, apostaron por las peonías en 2016 buscando un cultivo intensivo y que no coincidiera con las fechas de cosecha de sus frutales. Partieron con una hectárea; hoy suman seis propias y, junto a proyectos familiares, llegan a 10. Su primera lección fue la más evidente: la peonía exige frío, y mucho.

“El principal factor son las horas de frío”, explica Pedro. Por eso, zonas como O’Higgins, Maule u Osorno se han transformado en polos de crecimiento. En contraste, los proyectos más al norte suelen enfrentar caídas de calidad o de volumen por falta de acumulación térmica, una condición que simplemente no se puede forzar.

Pero el clima no es la única condición estricta. El cultivo es vulnerable a fitóftora, nemátodos y otros patógenos del suelo; requiere un tipo de cosecha manual que demanda ojo experto; y presenta un problema estructural que la industria aún no resuelve. “Una carencia importante es que no hay especialistas en peonía”, dice Juan Emilio.
Los equipos de cosecha deben formarse desde cero y trabajar a diario, sin excepciones. “Uno no puede descansar un domingo; si hace calor, se abre la flor y se pierde”, agrega. Y hablamos de cortes que, según la variedad, pueden repetirse dos o tres veces al día.

La cosecha, además, debe ser estricta: botón firme, vara sobre 50 centímetros y cero tolerancia fitosanitaria. A eso se suma la competencia por espacio aéreo con la industria salmonera y frutícola, un clásico de la logística nacional que, en este caso, puede definir el éxito o fracaso de la exportación.

Una cauta expansión

El aumento de plantaciones en los últimos tres años amenaza con tensionar el mercado, según advierten los Rieutord. “Ya hemos visto una baja en los precios por exceso de oferta y aún falta que entren en producción muchas de las hectáreas nuevas”, advierten los productores.

No es la primera vez que Chile vive un fenómeno de sobreinversión por entusiasmo —las cerezas son un referente cercano—, y la peonía suma una particularidad: el mercado interno todavía es demasiado pequeño. Cuando no se logra exportar, la flor se pierde. “Aquí, sí queda para el mercado local, no se absorbe. Se satura rápido. Las piden para matrimonios, por ejemplo, pero sigue siendo una flor de nicho. Hemos intentado ofrecerlas en cementerios, pero no las compran”, explica Pedro.

Eso sí, añaden ambos, no se trata de no seguir creciendo, pero sí que este crecimiento vaya de la mano de un esfuerzo por abrir y diversificar mercados, lo que a su vez requiere mejoras en la logística para exportar.

María Jesús Ariztía llegó a las peonías desde un camino distinto. Profesora de profesión, buscaba un cambio de rumbo. Conversando con su padre, —productor y gerente general de Tavan Latam, una empresa ligada a biotecnología agrícola— decidió apostar por un proyecto propio. Hoy cultiva una hectárea en Villa Alegre, en la Región del Maule, y espera llegar a cuatro en los próximos años.

“Partimos en 2023, y plantamos en 2024 con rizomas importados desde Holanda”, cuenta. En su caso, el conocimiento no vino de la academia, sino de una mezcla de estudio intenso, lectura de papers y visitas a productores en distintas zonas del país. Aprender escuchando fue parte esencial del proceso: “Una cosa es el papel y otra es lo que se vive en terreno”, afirma.

Su entusiasmo se mezcla con la cautela propia de quien se inicia. Al no ser agrónoma, reconoce que el apoyo técnico es clave. El de su padre—con experiencia agrícola y hoy también involucrado desde el mundo de la biotecnología— le permitió enfrentar las dudas del día a día sin paralizarse.

La espera para plantar, la adaptación del terreno y la logística de traer rizomas en pleno verano fueron algunos de los retos iniciales. Pero hoy siente que las expectativas se están cumpliendo.

“El mercado está creciendo poco a poco. La peonía tiene cada día más fama, tanto dentro como fuera del país”, sostiene. Su apuesta es clara: exportar desde el próximo año y seguir creciendo de la mano de capacitación y colaboración con otros productores.

¿Hacia dónde van las peonías chilenas?

Chile tiene ventajas naturales —ventana productiva, calidad y condiciones de frío— y un creciente espíritu asociativo entre agricultores. Pero también enfrenta desafíos estructurales: costos de inversión cercanos a los $100 millones por hectárea, falta de infraestructura de frío, ausencia de especialistas y una logística aérea limitada.

Aun así, los productores coinciden en que la demanda internacional seguirá creciendo. Japón, Rusia y China —aunque complejos en logística— aparecen como destinos atractivos. Y detrás del boom, lo que se consolida es una identidad productiva que recién empieza a tomar forma.

“Es una industria que está creciendo y donde los agricultores estamos muy unidos”, resume Juan Emilio, y agrega que los grupos de trabajo regionales, la transferencia técnica y una visión compartida sobre el potencial competitivo de la flor chilena también es clave para que la industria siga siendo rentable.

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